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No gracias, lo estoy dejando


A dios pongo por testiga que nada hay para los nervios como hacerte cientos de kilómetros con un miniser berreando desconsolado en el asiento de atrás. Es un reto, un desafío, una especie de examen teórico-práctico para la obtención del carné de Sobrehumano. Lamentablemente a veces suspendes y en algún punto intermedio entre Simancas y ninguna parte, el raciocinio te abandona y tú también te pones a llorar.  Antes de enloquecer y tirar de freno de mano, haciendo entrada en trompo en alguna estación de servicio aburrida y solitaria, mesándote los cabellos y corriendo descalza en busca de algún bidón donde meter la cabeza y ahogarte, decides analizar los motivos de su llanto… ¿Hambre?, ¿Sueño?, ¿Dolorcillo incipiente?, ¿Molestas cacas?, ¿Mitad de cuarto de cada cosa más unas poquitas ganas de irritar al prójimo? Incapaces de hallar motivo a tanto desconsuelo, Marido y tú la miráis atentamente a la espera de que sus ojos os hablen como sucede en las familias marcianas. Inmediatamente notas que algo pasa, algo le falta en la cara… ¿Se habrá operado los pómulos?, ¿Demasiado botox?, ¿Irá hoy sin pintar? Nasti. Se te ha olvidado rescatar el chupete del maletero, amiga, y tu hija brama como consecuencia de un descomunal síndrome de abstinencia.

Imagen de Camisetas TEE-S

Una vez que te aseguras de que guardas su dosis en el neceser rosa cuajado de patos amarillos, ubicación inusitada de todas todas para esconder droga alguna, os relajáis y veis la vida de diferente color. Tu hija tiene tremendo mono, nada que tú no hayas experimentado alguna vez cuando se acaban las tabletas Nestlé que escondes en el doble fondo de la alacena, dentro del bote que pone pimienta, so buitre. Cargada de razón y experiencias previas, crees que será fácil calmarla.

¡Ja!

Ni una sola de las terapias conductuales ante posibles adicciones que te enseñaron esos libros preparto, que con tanta ansia devoraste en el pasado, sirven para apaciguar los ánimos de un bebé que ha entrado en bucle y no atiende a razones. Necesidad de succión – le dice uno a otro cónyuge. Serán las muelas – contesta el otro. Ahora bien, definido el escenario ¿Dejamos que llore y pase un ratico malo para que se acostumbre a lo dura que es la vida? ¿O claudicamos y le damos el chupete aún a riesgo de que se le deformen los dientes y tengamos que empeñar los oros para pagar la ortodoncia en unos años? La polémica al volante está servida. Enzarzados en plena discusión pedagógica recuerdas que guardas algún sustitutivo en el bolso. ¡Bien por ti y por tu capacidad previsora para llevar siempre contigo aperitivos horneados!

La bolsa de gusanitos te da unos kilómetros de tregua pero en cuanto se acaban las últimas migas que rechupetear entre los dedos, la vena del cuello se le vuelve a hinchar y estalla otra vez en llanto. ¡¡Pero que quiere chupete, mamammaaaa!!! – grita su hermana desde la sillita contigua, llena toda ella de empatía y solidaridad e incapaz de entender tu repentino desapego. ¡Pero dáselo ya! …Prefecto, corporativismo entre hermanas es lo que necesitas tú en ese momento y otra hija que se suma al club “Mi madre es un monstruo y me trata fatal”. 

Llámenme blanda pero a mí ese llanto me parte el alma y siento tremendas ganas de darle el chupete e incluso la finca de los abuelos en usufructo vitalicio si me lo pide. Cualquier cosa para que termine su agonía. Pero ser madre implica cierta entereza y acceder a sus deseos significaría perder la batalla, así que una se remanga dispuesta y se pone a cantar y a hacer aspavientos como distracción terapéutica, con medio cuerpo en escorzo hacia atrás y el dedo gordo de la mano derecha secuestrado por la que antes lloraba. Ahora ya no. Nada como el dedo gordo de una madre entre tus manos para calmar cualquier pena o aflicción. Cuando la lumbalgia te incapacita para seguir en esa pose o el mareo por viajar del revés amenaza con hacerte enfermar de vomitosis, te giras y vuelve el drama. Es hora de parar. 

Acodados sobre la barra del ya famoso Bar-Restaurante del Horror que sirve como escenario a cualquier viaje por carretera que se precie, ahogamos las penas en bebidas gaseosas a falta de un par de buenas cañas, incompatibles hoy con la seguridad vial y los buenos usos paternos al volante. Entonces definimos la estrategia a seguir. ¿Le damos el chupete o una tila? ¿De verdad seremos capaces de seguir el viaje con sus berridos de fondo? Lamayor, muy digna y cargada de sapiencia infantil, contesta por nosotros.

Vosotros ya habéis tomado las cacolas que os gustan a vosotros, ahora al coche, yo con una pedícula y mi hermana con su chupete. Todos contentos ¿Trato? 

Hala, chúpate esa y nunca mejor dicho.

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